Manuel Martínez Morales
La introducción de la ciencia moderna en México fue un proceso complejo condicionado por las contradicciones del momento histórico en que se daba. Elías Trabulse, reconocido historiador de la ciencia mexicana, apunta que entre 1630 y 1680 la ciencia moderna penetró en México haciendo que la antigua ciencia medieval comenzara a desaparecer de los esquemas mentales de los pensadores mexicanos. Este proceso prolongó sus efectos hasta principios del siglo XIX, y esa nueva racionalidad científica corrió paralela a lo que en México fue el despertar de la conciencia criolla con todas sus manifestaciones políticas, sociales, económicas y religiosas.
La interrelación entre las ciencias y las nuevas actitudes que tendían a afianzar la identidad del mexicano ayudó a consolidar la idea criolla de patria así como la muy particular concepción de la historia de esa entidad geográfica llamada México. En ese periodo la ciencia como conocimiento del mundo físico, pero también como forma de exaltación de la naturaleza de la “patria”, fue uno de los soportes del naciente e incipiente espíritu nacional, que cristalizaría a finales del siglo XVIII y que llevaría a la emancipación política mediante la Guerra de Independencia. (E. Trabulse: “Los orígenes de la ciencia moderna en México (1630-1680)”; FCE 1994)
Eli de Gortari, otro distinguido historiador de la ciencia mexicana, dice respecto a la introducción de la ciencia moderna en México: “El contenido revolucionario de la ciencia moderna es de una actividad y una eficacia tan poderosas, que no es posible neutralizarlo, como tampoco se pueden detener sus consecuencias por tiempo largo… A más de coadyuvar de manera importante a la transformación de las condiciones materiales de la existencia humana, la ciencia moderna produjo un cambio profundo en las maneras de pensar entre los hombres y, con ello, redobló su vigor como fuerza revolucionaria de la sociedad en el dominio económico y político de la sociedad.” (E. de Gortari: “La ciencia en la historia de México”; Grijalbo 1980)
Entre los precursores científicos, cuyas ideas y aportaciones seguramente influyeron en el ideario independentista, podemos nombrar a José Antonio Alzate y a Benito Díaz de Gamarra. Alzate, nacido en Ozumba en el actual Estado de México, en 1737 y fallecido en la ciudad de México en 1799, estudió en el Colegio de San Idelfonso obteniendo los grados de bachiller en artes y teología. Adquirió después por su cuenta profundos conocimientos sobre ciencias naturales y filosofía moderna, dedicándose con pasión a la investigación científica –según relata E. de Gortari. Los trabajos de Alzate propagaron los conocimientos científicos de su tiempo en un conjunto ordenado de artículos claros y sencillos dirigidos al gran público. Entre otras publicaciones, Alzate editó las famosas “Gazetas de Literatura de México”, de las cuales aparecieron 115 números. Sus propósitos no se cumplían con exponer teóricamente las ciencias, sino que se encaminaban al fin práctico de despertar en los mexicanos el interés y la inquietud por la ciencia, para que la aplicaran a la realidad de la Nueva España y se beneficiaran con sus consecuencias. Sus trabajos (en astronomía, meteorología, metalurgia, botánica, zoología, historia y literatura) fueron reconocidos dentro y fuera de México. En razón de sus aportaciones, se reconoce que José Antonio Alzate desempeñó un papel prominente en el proceso histórico que aceleró la descomposición del régimen colonial y desembocó en la independencia.
Benito Díaz de Gamarra, nació en Zamora, Michoacán en 1745, y falleció en San Miguel Allende en 1783. Estudió en el Colegio de San Idelfonso y luego viajó por España, Portugal e Italia, doctorándose en la Universidad de Pisa. A su regreso a México se radicó en San Miguel, en donde enseñó en el Colegio ahí existente, en el cual renovó la docencia, implantó un nuevo plan de estudios y trató de reorganizarlo para colocarlo al nivel de las instituciones europeas. Se le considera un reformador de la filosofía, pues su obra no constituyó solamente una crítica demoledora en contra de la escolástica, sino que sirvió igualmente para abrir brecha en la conciencia de sus contemporáneos, en cuanto a la asimilación de las ideas científicas. Díaz de Gamarra también se planteó la necesidad de hacer un inventario de la cultura elaborada en la Nueva España. Por estas razones, al igual que Alzate, se considera a Benito Díaz de Gamarra un precursor intelectual de la independencia.
No es factible, en un espacio como éste, abordar el tema con mayor amplitud y profundidad, por lo que remito al lector interesado a las obras citadas de Elías Trabulse y Eli de Gortari, referencias imprescindibles en el estudio de la historia de la ciencia mexicana. Juzgo pertinente esta reflexión ante la proximidad del Bicentenario de la Independencia.
Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
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