La ciencia desde el Macuiltépetl
Manuel Martínez Morales
En la sala ruidosa, el mesero académico descorchaba las horas.
Manuel Maples Arce,
en Esas rosas eléctricas.
En 1991 el profesor Mauricio Schoijet, académico de la Universidad Autónoma Metropolitana, publicó el libro “La ciencia mexicana en la crisis” (Editorial Nuestro Tiempo), en el cual intentaba analizar la situación de la ciencia mexicana en esa época y adelantar algunas propuestas. Es pertinente retomar hoy en día las reflexiones de Schoijet pues me parece que, en lo sustancial, el estado de la ciencia en México no ha variado desde entonces. Uno de los planteamientos fundamentales del autor referido es la contraposición entre el valor crítico de la ciencia, es decir su potencial como instrumento transformador del mundo –natural o social-, y su función al servicio de un proyecto de dominación.
Dice Schoijet: “La verdadera ciencia, la que no teme ni se detiene ante los obstáculos epistemológicos, sino que acaba con ellos, tampoco tiene temor a la contaminación del debate público, y opera como recurso político al servicio de políticas democráticas y revolucionarias.” En tanto que, por otra parte, dadas las condiciones de subordinación de nuestro país a los dictados del imperio norteamericano, instrumentados en la ciencia y en la educación a través de las políticas educativas y científicas impuestas por el Banco Mundial, se ha ido estableciendo en el país “un modelo de aparatos sociales de producción de conocimientos, coherente con un modelo instrumental y productivista de la actividad científica, para desarmar las posibilidades de una ciencia crítica.”
En particular analiza con mucho detalle, y remitiéndose a la evidencia empírica disponible, la forma en que los aparatos que el Estado ha creado con el supuesto propósito de alentar la investigación científica –el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (CONACYT) y el Sistema Nacional de Investigadores (SNI)- en realidad han servido como instrumentos de control del gremio científico orientando la práctica de la ciencia en torno a la segunda de las alternativas antes mencionadas.
El análisis de este investigador coincide con otro aparecido más tarde en la obra “Viento del Norte” (Plaza y Valdés Editores), del investigador Hugo Aboites también académico de la Universidad Autónoma Metropolitana, publicada en 1999. Aboites se refiere en particular a la forma en que, a partir de la firma del Tratado de Libre Comercio, se ha orientado la investigación científica siguiendo pautas convenientes al capital transnacional, implicando –entre otras cosas- una limitación a la libertad de investigación y la libertad de cátedra, rasgos distintivos de la autonomía universitaria: “El Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional son los portadores en nuestros países de un modelo que no se impone por su propia virtud y ventajas, sino porque es funcional a las propuestas de esos organismos internacionales y porque éstos tienen medios importantes para presionar su adopción.” Hablando del uso de los recursos en las instituciones de educación superior en México, Aboites cita un estudio del Banco Mundial en donde se afirma que “el énfasis en la autonomía universitaria… es un obstáculo muy importante para el mejoramiento de la eficiencia de las universidades… el sistema de gobierno en la Educación Superior es un muy serio limitante para el mejoramiento de la eficiencia interna porque permite que los estudiantes, trabajadores administrativos y académicos tengan un papel determinante” (D. Winkler: “Higher Education in Latin America”. World Bank Discussion Paper # 77, pag. xiii)
En tanto no seamos capaces de incorporar consideraciones acerca del contexto social global en nuestros propios análisis sobre la ciencia y la educación en nuestro país, nuestra discusión se limitará a decidir en que salsa nos va a guisar el imperio: si en la salsa MEIF o en la NAIF.
Hacemos nuestra una de las conclusiones de Schoijet: “la ciencia es un elemento fundamental dentro de la lucha contra las ideologías dominantes, la que incluye también una lucha contra una ideología de la ciencia (como instrumento de dominación) y el sostenimiento de sus valores legítimos, tales como la búsqueda desinteresada de la verdad, independencia política, escepticismo organizado, etc., contra la nefasta cultura del autoritarismo que genera y reproduce el aparato. Por otro lado, la elaboración de una política para la tecnología es un elemento central para construir un modelo alternativo de país.”
Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
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