Segunda parte
Manuel Martínez Morales
Miro, y las cosas existen,
pienso y existo sólo yo.
Caeiro
La separación de las dos culturas es un accidente histórico pues, por ejemplo, para los griegos la creación de una obra de arte era el producto de dos actos inseparables: mimesis y methexis. La mimesis corresponde al acto de imitar, de recrear lo visto, lo sentido, lo vivido; y la methexis, al acto mediante el cual el artista se compromete con la realidad, se compenetra de ella para así poder representar no sólo la forma, sino también la esencia, lo sustancial de lo representado en su obra. De tal manera que tanto una teoría matemática como una obra musical eran consideradas obras de arte, en tanto resultado de la mimesis y la methexis.
Con el paso del tiempo, esos dos actos han sido tajantemente separados, a tal grado que en muchas ocasiones se llama arte o ciencia al simple ejercicio de una técnica, al llano virtuosismo, al elemental dominio de un método. Así se han separado dos modos de abordar la realidad por el hombre, modos que en su esencia deben ser inseparables. Me refiero nuevamente a eso que se ha dado en llamar las dos culturas. Convengamos, para puntualizar, que por una parte se tiene el núcleo de las humanidades incluyendo las artes, la literatura, la filosofía, etcétera y, por otro lado, se ubica a las ciencias con sus fríos modelos e insensibles instrumentos. Dentro de las humanidades existen valores éticos y estéticos, en tanto que pareciera que las ciencias, dentro de la concepción moderna, tienen que ser a tal grado “objetivas” que no deben permitir en sus dominios los juicios de valor.
Empero, más de uno de los grandes científicos de nuestra era ha dicho que no sólo buscaba que su teoría fuese correcta, sino que, además, fuera bella. Un destacado divulgador de la ciencia, J. Bronowski, dice:
“Uno de los prejuicios contemporáneos más nefastos ha sido el de que el arte y la ciencia son cosas diferentes y en cierto modo incompatibles. Hemos caído en el hábito de contraponer el sentido artístico al científico; incluso los identificamos con una actividad creadora y otra crítica. En una sociedad como la nuestra, que practica la división del trabajo, existen naturalmente actividades especializadas como algo indispensable. Es desde esta perspectiva, y sólo desde ella, que la actividad científica es diferente de la artística. En el mismo sentido, la actividad del pensamiento difiere de la actividad de los sentidos y la complementa, pero el género humano no se divide en seres que piensan y seres que sienten, de ser así no podría sobrevivir mucho tiempo.” (El sentido común de la ciencia; Península, 1978).
Podría decirse que una de las tareas que nos espera, si deseamos reducir la brecha entre las dos culturas, es la de poetizar la ciencia; lo que significaría “mirar al mundo con otros ojos” edificando las teorías científicas con el mismo celo estético con que el artista se entrega a su quehacer.
Hay que añadir que no sólo se ha contrapuesto el arte a la ciencia, sino que tal contraposición se ha hecho extensiva a muchos dominios de las humanidades. El divorcio entre humanidades y ciencias está enraizado, en última instancia, en la enajenación que produce un sistema fincado en la división de la sociedad en clases y en la explotación del trabajo humano. Para los fines de tal sistema, el hombre tiene que ser, debe ser, parcelado, es decir, mutilado, y solamente debe atender al desarrollo de aquellas facultades y capacidades que son directamente útiles en la producción. Lo que muchos deseamos y todos necesitamos es que llegue el día en que no haya más obreros, pintores o científicos, sino hombres y mujeres que, entre muchas otras cosas, produzcan, pinten o hagan ciencia.
Ciertamente, contemplar “Las señoritas de Avignon” nos puede causar el mismo sobresalto y asombro que penetrar en los conceptos de la teoría de la relatividad o la física cuántica, pero es precisamente ese sobresalto lo que caracteriza a las auténticas obras fruto de la creación humana, conjugando mimesis y methexis, obras que nos abren puertas para mirar y penetrar en el mundo en una forma nueva, en forma humana. Para trascender el dilema de las dos culturas, es menester pensar, no en una tercera cultura –como algunos proponen- sino en otra cultura que constituya una síntesis dialéctica del presente.
¡Aleluya! Cada quien con la suya: las señoritas…, o la relatividad.
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