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La ciencia es cultura

Primera parte

La ciencia desde el Macuiltépetl

Manuel Martínez Morales


Que no te importe la ciencia, ni la uses.

¿De qué sirve , en esta oscura sala

que es la vida, medir mesas y sillas?

Úsalas, no midas; tendrás que abandonarla.

F. Pessoa

Canciones para beber


“Las señoritas de Avignon” es uno de los cuadros más conocidos de Pablo Picasso y bien puede ser considerada como una de las obras emblemáticas de las primeras décadas del siglo veinte, época signada por una serie de cambios revolucionarios en las artes, la ciencia y la cultura en general. El cubismo –estilo plástico cuya paternidad se disputaron Picasso y Diego Rivera- tiene como una de sus características la superposición de planos por lo que, a primera vista, las obras cubistas parecen estar formadas de trazos arbitrarios y hasta podrían clasificarse como “arte abstracto”.


En los mismos años en que Picasso plasmaba el lienzo con las figuras de sus amiguitas del burdel de Avignon, se difundía en los medios científicos la teoría de la relatividad formulada por Albert Einstein. Esta teoría, orientada a responder a problemas fundamentales acerca de la materia y la estructura del espacio y el tiempo, nos presenta una imagen del universo en la que se trastocan nuestras imágenes habituales de las cosas, en forma parecida a lo que el cubismo sugiere. Por ejemplo, la teoría de la relatividad asume que el espacio y el tiempo no son ya independientes, sino que forman una estructura de cuatro dimensiones: las tres espaciales y la temporal, ligadas indisolublemente en un complejo espacio-tiempo. Otra consecuencia de la teoría es que el tiempo no transcurre homogénea ni uniformemente, sino que su medición depende del movimiento relativo y la ubicación del sistema en que se coloque el observador.


Las pinturas de Picasso, y las obras plásticas en general, se consideran “expresiones culturales”. A diferencia de las obras de arte, las teorías científicas rara vez son consideradas como elementos culturales. Pero esto bien puede ser resultado de circunstancias históricas particulares. Esa separación entre cultura y ciencia es, en buena medida, convencional y por tanto es posible, por ejemplo, discernir cierta relación entre el cubismo y las teorías de Einstein.


Siempre he imaginado que “las señoritas de Avignon” nos da una imagen de cómo podríamos ver el mundo bajo la perspectiva del espacio-tiempo propuesto en la teoría de la relatividad, si nuestro sentido de la vista fuese entrenado para ello. (Quien esté interesado en las relaciones entre las teorías científicas y el arte, puede consultar “El espacio de Einstein y el cielo de Van Gogh: un paso más allá de la realidad física”, de L. Le Sham y H. Margenau. Gedisa, 1991)


Tanto la teoría de la relatividad como “Las señoritas …” nos ofrecen formas de percibir el mundo, cada una a partir de los medios y materiales específicos de que se valieron Picasso y Einstein. Ambas obras son “artefactos culturales”, producto de la cultura de una sociedad en un momento dado de su historia.


Consideremos también el caso de la física cuántica, que parece transportarnos a un mundo increíble inventado tal vez por un escritor de literatura fantástica El mundo cuántico es, en efecto, un mundo mágico en el que los átomos, moléculas, núcleos y partículas elementales -de dimensiones extremadamente pequeñas- pueden coexistir en lugares del espacio que no están determinados sino hasta que un observador hace acto de presencia, dando lugar a que una de las posibles realidades emerja, modificando a la vez el sistema observado. Es un mundo en el que no es posible determinar con precisión y certeza todas las cantidades asociadas a un sistema.

Fenómenos increibles y sorprendentes como los que se describen en los párrafos anteriores nos indican que en efecto el mundo cuántico es un mundo mágico en el que la realidad es muy distinta a la que estamos acostumbrados. Son muchas las cosas que nos sorprenden y que no podemos entender en ese misterioso mundo de las partículas cuánticas, como dijera uno de los físicos más brillantes del siglo XX, Richard Feynmman “el mundo cuántico no puede entenderse, el que diga que lo entiende es porque en realidad no ha comprendido absolutamente nada”. Tan sorprendente como puede resultar la lectura de El Aleph de Borges, o de Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carrol.


Por razones de naturaleza sociohistórica que por lo pronto no viene al caso discutir aquí, se ha dado una escisión –inducida, artificial- entre ciencia y lo que se denomina “cultura”, dando origen a lo que C.P. Snow ha llamado “las dos culturas”: la cultura científica y la cultura en general (las artes, la literatura, las humanidades). Incluso en las instituciones sociales vigentes se refleja esta separación en la existencia de dependencias distintas para encargarse, por una parte, de la ciencia y la técnica, y otra para los “asuntos culturales”.

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