Manuel Martínez Morales
El negocio denominado “Yonke el Prieto” ubicado en las afueras de Gómez Palacio, Durango, ocupaba en la década de los 60 una extensión de una hectárea aproximadamente y estaba dedicado a la compra y venta de chatarra. Para mí, a los diez años, la procedencia de todos esos automóviles destrozados y “deshuesados” era un misterio. De vez en cuando acompañaba a mi papá al “yonke” en busca de alguna refacción para nuestro Chevy 54.
Los diccionarios consignan que el término chatarra significa “fierro viejo”, pero últimamente la palabra se viene usando para designar objetos desechados o de utilidad efímera o cuestionable. De las papitas, refrescos de soda, pastelillos industrializados, etc. decimos que son “comida chatarra” por sus nulas propiedades nutritivas. “Yonke” es la variante, acuñada por los norteños, del término “junk” (pronúnciese 'yonk') que en inglés significa chatarra.
También podemos hablar de literatura chatarra para referirnos a la multitud de libros y revistas cuyo contenido, lejos de constituir material cultural o intelectual para nutrir mente y espíritu, es sencillamente basura escrita. De la misma manera puede decirse que existen el cine chatarra, el arte chatarra y las ideas chatarra.
La chatarra tiene cierto provecho; así como un auto destrozado puede deshuesarse y obtenerse algún beneficio, también los otros tipos de chatarra pueden tener alguna utilidad limitada, lo perjudicial es que se quiera substituir un objeto, una idea o una función por su versión chatarra. La sociedad de consumo, por su propia naturaleza, tiende hacia la producción incesante de productos chatarra, abrumando a los consumidores con un alud imparable de “junk” en todas sus formas.
Día a día se presentan, a través de los medios de comunicación, un gran número de ideas chatarra que, a fuerza de repetirlas, despojan al concepto al que refieren de su esencia. Por ejemplo, el término democracia ha perdido todo significado; se dice y repite diariamente que vivimos en la “normalidad democrática”, situación absolutamente imposible en un país marcado por una lacerante e injusta desigualdad. No se requieren análisis profundos para convencernos que la democracia plena no puede darse en una nación en la cual hay cuarenta millones de personas viviendo en la pobreza extrema. En todo caso puede caminarse hacia la democracia si paralelamente se va extinguiendo esa terrible desigualdad que condena a millones de individuos a sufrir no sólo la carencia del pan esencial, sino también del derecho a la salud, la educación y, en general, del derecho a llevar una vida digna. No puede existir la democracia sin igualdad real, material. Así pues, la verborrea de los políticos y sus acólitos en la academia y los medios de comunicación acerca de la democracia, su idea de democracia es chatarra pura.
El antídoto contra las ideas chatarra no es otro que la razón dialéctica; es esta la razón que se desenvuelve en dos vertientes: (1) la razón analítica, fundamentada en el pensamiento lógico y cuantitativo que, a su vez, subyace al saber científico moderno, y que apunta a dar una base objetiva a nuestro conocimiento; y (2) la razón en su dimensión ética, estética y cualitativa, permeada desde su raíz por juicios de valor y que antepone lo normativo a lo puramente explicativo o predictivo: el para qué antes de el por qué. Estas dos vertientes en que se mueve la razón en ocasiones confluyen, más a veces se separan o la primera se impone a la segunda.
En la época moderna, ha predominado una forma degradada de la razón formal o analítica: “En la tradición occidental la idea de Razón que se fue imponiendo, y que corresponde a la expansión del capitalismo, tendría una connotación eminentemente instrumental y de dominio del hombre sobre la naturaleza y, al final de cuentas, de cálculo, dominio y poder sobre los hombres mismos...la alternativa fundamental de la modernidad hoy consiste en rescatar y actualizar esa otra idea de Razón que tiene un fuerte contenido ético y cualitativo. Tal visión estaría en franca contradicción y rechazaría con poderosos argumentos, la validez de una idea de razón puramente instrumental, calculadora y dominadora, aquella que se impuso en Occidente y que ha significado la esencial justificación del sistema capitalista y de su expansión colonialista, imperialista y globalizadora.” (V. Flores Olea, A. Mariña: Crítica de la Globalidad; FCE, 1999).
Hoy día estamos en posibilidad de recuperar la integración de estas dos formas de la razón para contrarrestar las ideas chatarra que se quieren imponer como conceptos acabados y absolutos; tal es el caso de la “normalidad democrática” y el discurso -chatarra también- sobre la supuestamente inevitable “guerra contra el narcotráfico”; o la de aquellos productores de ideas chatarra que llaman a los indignados españoles del movimiento M-15, “mastuerzos”, y exigen que la policía los reprima. Creo que uno de ellos se llama Fernando Savater, ¿lo conocen?
Esta chatarra tiene que ir a parar al lugar que le corresponde: al yonke de los desechos ideológicos.
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