La ciencia desde el Macuiltépetl

Manuel Martínez Morales
In memoriam Adolfo Sánchez Vázquez (1915-2011).
Sabemos que -de acuerdo a las reformas que la Secretaría de Educación trata de imponer en la educación media superior -se pretende suprimir, en este nivel educativo, la materia de Filosofía-. Y es que, para la conciencia ordinaria, conformada para ajustarse ideológicamente a los intereses de la clase dominante, la actividad teórica en general se presenta como una actividad parasitaria, pues es aparentemente improductiva, por lo que se alienta el desarrollo de “competencias” prácticas.
Dice Adolfo Sánchez Vázquez –en Filosofía de la Praxis- que para la conciencia ordinaria, lo práctico es lo productivo, y por productivo, a su vez, desde el ángulo de la producción capitalista es lo que produce un nuevo valor o plusvalía. Es decir, en el capitalismo se valora todo aquello que contribuye directamente a la generación de plusvalía, y toda actividad que no se justifique en este marco –como las actividades artísticas, la reflexión filosófica o el cultivo de la ciencia básica- será considerada de importancia secundaria.
Aprendí, desde mis días de estudiante de física, que sin la filosofía la ciencia es ciega, y que la filosofía sin la ciencia resulta estéril. Y es que si se aborda el estudio de la ciencia sin considerar el aspecto filosófico, se cae en una práctica científica enmarcada en los límites de la ideología dominante. En mis años estudiantiles, predominaba el positivismo lógico que nos conducía a creer que era posible organizar el conocimiento científico en una ciencia global, unificada, que tendría como cimientos a la lógica, las matemáticas y la física. De esta base se desprenderían, de acuerdo a ciertos cánones, las otras ciencias, incluyendo la biología, la psicología y la sociología. Postura que implicaba la creencia en una ciencia total y cerrada; sueño guajiro del cual nos despertaron las obras filosóficas marxistas, como Dialéctica de la Naturaleza, de Federico Engels; Materialismo y empiriocriticismo, de V.I. Lenin; Dialéctica de la concreto, de K. Kosik; y particularmente Filosofía de la Praxis, de Adolfo Sánchez Vázquez.
Debo decir que no éramos analfabetos filosóficos; nuestros maestros ya nos habían hecho leer a los promotores del positivismo lógico, como Rudolph Carnap, Otto Neurath y otros, cuyo pensamiento se resumía en los dos volúmenes de la Enciclopedia de la Ciencia Unificada que –ahora me maravillo de ello- estaba a nuestro alcance, tanto materialmente, en la biblioteca de la escuela, como intelectualmente pues, bajo la tutela de nuestros mentores podíamos comprender lo que leíamos.
Estudié la licenciatura en física en una pequeña escuela en una universidad pública, con grandes carencias. Pero nuestra formación fue de lo mejor, de lo cual puede darse constancia no sólo porque de ahí egresaron dos compañeros que, posteriormente, recibieron el Premio Nacional de Ciencias, sino porque nuestra formación se orientaba a ser efectivamente integral y flexible. Y no porque así lo marcara el programa de estudios, sino por el espíritu prevaleciente en aquel tiempo y lugar.
Con lo anterior pretendo dar testimonio de la importancia que tiene la filosofía en la educación en general, y en la formación profesional en particular. Recuerdo, con particular agrado, nuestro estudio de la obra Filosofía de la Praxis, de Adolfo Sánchez Vázquez. Disponíamos de un solo ejemplar del libro que circulaba de mano en mano, el cual cuidábamos con esmero, dado el gran valor que dábamos a su contenido. En especial por el acento que pone el autor en la íntima relación entre la actividad cognoscitiva y la actividad humana, entendida esta última –en su calidad de praxis- como una acción no meramente repetitiva y rutinaria sino, sobre todo, encaminada a la producción creativa en la que se enlazan las dimensiones subjetiva y objetiva del quehacer humano.
También, en esta obra, Sánchez Vázquez formula ideas que años más tarde conoceremos como “complejidad” y que desde mucho antes se anticipaban en los textos de los filósofos adscritos al materialismo dialéctico. Por un lado, debe considerarse la infinitud cualitativa de la naturaleza, con lo que se da a entender que la naturaleza siempre está creando nuevas realidades, postulado que más tarde dos renombrados científicos, David Bohm e Ilya Prigogine, habrían de desarrollar en forma precisa. Por otra parte, hay que reconocer la capacidad humana que permite abordar esta riqueza cualitativa de la naturaleza y reproducirla teóricamente, pues tal es la finalidad de la ciencia.
Sánchez Vázquez ubica la praxis en dos vertientes: la antropológica, como constituyente esencial del hombre en tanto que mediación entre éste y la naturaleza; y la gnoseológica, en tanto que criterio de verdad, y por ende revolucionaria en cuanto que es un medio de transformación de las circunstancias históricas y de los sujetos que se desarrollan en dichas circunstancias.
Sánchez Vázquez concibe a la filosofía de la praxis como nueva práctica de la filosofía porque de lo que se trata es de transformar el mundo. La filosofía de la práxis –asegura– es una herramienta central en el construcción de un proyecto emancipatorio que consiste en transformar el mundo natural y social para hacer de él un mundo humano.
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
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