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Ciencia y pobreza

La ciencia desde el Macuiltépetl

Manuel Martínez Morales

En memoria de Samuel Ruiz, obispo de los pobres.


Una interpretación equívoca y malintencionada acerca de la función social de la ciencia consiste en afirmar que mediante la ciencia puede acabarse con la pobreza. De esta manera se oculta que la pobreza del presente no resulta de la carencia de medios científicos y técnicos para satisfacer nuestras necesidades esenciales. Y se oculta, también, que el origen de la pobreza descansa en un sistema social injusto, con grandes desigualdades en el acceso a los bienes de consumo y en la distribución de la riqueza producida socialmente.


Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento necesario para resolver todos los problemas conectados con las bases materiales de la vida. El conocimiento científico y tecnológico a disposición de la humanidad, si se usa racionalmente, puede asegurar que cada ser humano, ahora y en un futuro previsible, pueda tener un nivel de vida que no sólo lo provea en sus necesidades básicas materiales, sino que también le asegure la plena y activa incorporación a su cultura. La miseria y privación de gran parte de la humanidad no son el resultado inevitable de un incompleto control de nuestro medio físico, sino del uso irracional de los instrumentos científicos y tecnológicos a nuestra disposición. Esta verdad elemental es bien conocida por todos los científicos que se ocupan de los problemas de subsistencia a nivel mundial; si no ha alcanzado todavía la conciencia de toda la humanidad es sólo porque es una verdad que puede poner en peligro el mantenimiento de un orden internacional y social básicamente injusto… Conclusión a la cual llegó, en 1981, el científico argentino Amílcar Herrera. (La larga jornada: la crisis nuclear y el destino biológico del hombre; Siglo XXI, 1981)


Tres décadas después, podemos constatar que la situación aludida por Herrera sigue presente: la pobreza se extiende y se agudiza en la mayor parte del planeta, en tanto que el progreso científico y tecnológico parece no tener límites, aunque éste –al igual que la riqueza- se concentra en tres regiones del mundo: los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón.


La pobreza es consecuencia de la persistencia de una sociedad dividida en clases, asentada en una estructura económica basada en la propiedad privada de los medios de producción; lo que se traduce en una desigualdad en la distribución y el consumo de los bienes producidos socialmente. En México, menos del cinco por ciento de la población acapara casi el ochenta por ciento de la riqueza nacional, en tanto que el otro 95 por ciento, se disputa el restante 20 por ciento de la producción. La riqueza se concentra en aproximadamente 400 familias, en tanto que alrededor de 40 millones de mexicanos viven en la pobreza extrema. Hoy, según cifras oficiales, en el 15 por ciento de los hogares mexicanos se hacen solamente dos, y a veces hasta una sola comida al día.


La pobreza no acabará hasta que no se acabe con un sistema social clasista, injusto e inequitativo. Y la ciencia, en efecto, puede jugar un importante papel en un proceso de cambio pues -por la naturaleza objetiva de sus métodos para obtener conocimiento- nos proporciona los medios para entender las causas reales de la pobreza y, por tanto, actuar en consecuencia.


¿Qué alternativas se nos presentan para, al menos, pensar en otra manera de abordar la investigación científica, para concebir una ciencia al servicio del hombre? ¿Es esto posible, a partir de las condiciones sociohistóricas presentes? ¿Es posible en la realidad actual de un país, como México, subordinado a los intereses del imperialismo? Advertimos que se trata de desarrollar una alternativa diferente basada, deseablemente, en una fuerza popular y clasista mayoritaria que desarrolle la praxis científico-crítica colectivamente. Este planteamiento no es utópico, sino que viene impulsado por la evolución de las contradicciones del poder tecnocientífico actual.


Vivimos -bajo el capitalismo- en una situación paradójica que Amílcar Herrera describe metafóricamente: “Si Dios hubiera tenido la misma imaginación o los mismos intereses creados de las clases dirigentes, Adán y Eva en el paraíso habrían muerto de hambre; tenían a su disposición un sistema productivo que no requería de ningún esfuerzo humano, pero eran desempleados y, por lo tanto, no tenían un salario para comprar sus productos.”


A la ciencia empleada para la opresión y sojuzgamiento de los pueblos, habrá que oponerle la ciencia y la técnica para la pacificación de la existencia, al servicio del hombre y no de ese dios abstracto llamado dinero.


Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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