La ciencia desde el Macuiltépetl
Manuel Martínez Morales
Para Ignacio del Valle y el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra,
quienes con dignidad defienden sus derechos.
En una de sus obras más significativas, El Valor de la Ciencia, Henri Poincaré afirma que la búsqueda de la verdad debería ser la meta de nuestras actividades como científicos, y que es el único fin digno de ellas. Cuando hablo de la verdad -afirma Poincaré- me refiero en primer lugar a la verdad científica, pero también me refiero a la verdad moral, de la que eso que llamamos justicia es sólo un aspecto; no puedo separarlas, y quienquiera que ame la una no puede evitar amar a la otra. Para encontrar la una, como para encontrar la otra, es necesario liberar por completo el alma del prejuicio y de la pasión; es necesario alcanzar la sinceridad absoluta…
Entonces, los científicos y los estudiantes de ciencias –en todas las disciplinas- enfrentan una responsabilidad y un compromiso social que va más allá de la limitada práctica del laboratorio, el cubículo, la biblioteca y el aula. Para el hombre de ciencia el compromiso con la verdad no se restringe al reducido espacio de la investigación científica, sino que debiera ser una constante en su vida social, bajo la forma de verdad moral. Adquirir este compromiso con la verdad –la verdad científica y la verdad moral- no es nada fácil, pues a veces la verdad nos asusta.
Aquellos que temen una, también temen la otra; porque son quienes se preocupan sobre todo por las consecuencias personales que el afirmar la verdad les traería. Equiparo las dos verdades, porque las mismas razones nos hacen amarlas y las mismas razones nos hacen temerlas -concluye Poincaré.
Quienes nos dedicamos a la investigación científica en busca de la verdad (científica), deberíamos ser los primeros en hacer nuestra la verdad moral, referida sobre todo al contexto social en que se desenvuelve nuestro trabajo; lo cual nos obliga además a socializar los medios mediante los cuales nos acercamos a estas verdades. Pues la lucha por transformar nuestro país en busca de un régimen social democrático, justo e igualitario, con pleno respeto a los derechos humanos y las garantías individuales, requiere en primer término de instrumentos racionales para dibujar las estrategias conducentes a tal fin. Y la ciencia, a lo largo de su historia, ha forjado esos instrumentos de conocimiento. Habrá que ponerlos al servicio del pueblo, a fin de que éste los haga suyos y los utilice en su beneficio.
Empero, la ciencia occidental en la sociedad actual es una ciencia de expertos, es monopolio de profesionales y es ajena al pueblo –dice André Gorz en un texto clásico: “Sobre el carácter de clase de la ciencia y los científicos” (en H. y S. Rose: Economía Política de la Ciencia, Ed. Nueva Imagen, 1979)
En el caso de la brutal represión contra los pobladores de Atenco –con comprobadas violaciones a los derechos humanos- y las insólitas sentencias de cárcel impuestas a sus dirigentes, la verdad moral fue hecha a un lado por los sátrapas de siempre con tal de vengarse de estos campesinos que enfrentaron y derrotaron al poder en su intento por arrasar su comunidad, y su tradicional modo de vida, para implantar un proyecto de beneficio privado: el aeropuerto alterno de la ciudad de México.
Desde el inicio de su lucha, en defensa de la tierra y por el respeto a sus derechos, los pobladores de Atenco han contado con el respaldo de un amplio movimiento solidario -nacional e internacional- que incluye a connotados intelectuales, como Noam Chomsky, quien en una de sus visitas a México hizo patente su solidaridad haciendo suyos el paliacate rojo y el machete, símbolos de la resistencia de Atenco.
Tarde o temprano, la verdad se impone. Finalmente, la Suprema Corte de Justicia atinó en su veredicto al dictaminar que los dirigentes presos debían ser puestos en libertad, basando los ministros su acuerdo en que las acusaciones contra aquellos se sustentaban en evidencias falsas, es decir, simple y llanamente, en mentiras.
A los trabajadores intelectuales en las ciencias, naturales y sociales, nos compete, en el ejercicio de la búsqueda de la verdad –científica y moral-, alzar la voz en contra de la mentira y la injusticia y socializar el conocimiento científico en beneficio de quienes luchan por un México mejor, democrático, justo e igualitario.
Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
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