Manuel Martínez Morales
Entre la ensalada y la sopa me dices que Carlos Marx, el viejo barbudo, había afirmado que “no significa en absoluto que ese valor de uso –la maquinaria en sí- sea capital, o que su existencia como maquinaria sea idéntica a su existencia como capital.”
Creí recordar que eras alérgica a los camarones, ingrediente principal de la ensalada, pero a la vez me pregunté por tus ocultas intenciones al hacer tan enigmática observación. De pronto recordé que estábamos hablando acerca del “analfabetismo científico” y su elevada prevalencia en la población mexicana, así como de los posibles medios para combatirlo.
Minutos antes, con la ensalada recién servida, yo te decía que una manera de elevar los índices del “alfabetismo científico” era mediante la socialización del conocimiento científico queriendo decir con ello, por una parte, el exponer la ciencia y su práctica en escaparates atractivos –mediante actividades de difusión y divulgación de la ciencia- y, por otro lado, el hacer llegar de alguna manera los métodos y paradigmas del pensamiento científico a la población en general, fuera de los cerrados ámbitos académicos. En esa forma, te argumentaba mientras saboreaba una deliciosa rebanada de jitomate, se intentaría motivar al ciudadano a ejercitar las formas del pensar científico para que los aplicara en su quehacer y vida cotidianos.
Pero ya que saliste con la cita de nuestro admirado Carlos Marx, te respondí que la maquinaria en sí es una abstracción que sólo existe en el pensamiento, en tanto que la “maquinaria como capital”, es decir, la maquinaria inserta en el marco de las relaciones de producción –la maquinaria como capital- es la maquinaria realmente existente. Un sofisticado equipo computacional, como la Enciclomedia, arrojado en lo más inhóspito de la selva lacandona no tiene sentido alguno. Cobra sentido en cuanto se inserta en el contexto de la totalidad de las relaciones sociales; es decir, cuando se ubica en una comunidad en la que se presupone la existencia de determinadas relaciones y medios de producción (la red de energía eléctrica, por ejemplo). De tal modo que no puede hablarse de “la utilidad” (valor de uso) de la maquinaria haciendo abstracción de la totalidad social (el entramado de medios de producción, relaciones de producción, la estructura jurídica y política y la cultura y el sustrato ideológico en que la máquina se inscribe).
En forma análoga, el conocimiento científico no puede desdoblarse en el “conocimiento en sí” y el conocimiento vivo embebido en el complejo de relaciones sociales específicas. Por lo que no es apropiado hablar de la ciencia como de un objeto que puede tomarse de alguna parte, distribuirse y consumirse (utilizarse) como una mercancía más, al margen de las relaciones sociales. Más aún, el conocimiento de cierta teoría (la física cuántica o la teoría de la computación) o de alguna técnica (cómo construir un robot, o cómo aumentar la productividad de una parcela mediante el empleo de fertilizantes) cobra sentido para el sujeto en tanto que éste puede interpretar y resignificar ese conocimiento en el contexto de su realidad sociohistórica presente. Es decir, el conocimiento no se reduce a la simple transmisión de información.
En todo caso, el conocimiento no es un objeto, sino más bien una compleja relación que se establece a partir de la interacción –e interdefinición- de sujeto y objeto (de conocimiento). En la relación de conocimiento el sujeto se objetiviza y el objeto se subjetiviza; en el proceso de conocimiento el sujeto no sólo recibe información, sino que interioriza las notas esenciales del objeto, las cuales a su vez son matizadas por la intención del sujeto al apropiarse cognitivamente del objeto. Este último entonces se subjetiviza en tanto que aparece como objeto reproducido intelectualmente, para el sujeto. Hablamos ya aquí del sujeto socializado y del objeto humanizado por el trabajo humano, es decir del sujeto y el objeto realmente existentes.
De ahí que no se trata de cómo o quién “utiliza” el conocimiento en abstracto, sino de la forma en que los sujetos asimilan e interiorizan tal o cual conocimiento, el sentido que éste cobra para los sujetos y el significado que adquiere, en tanto elemento mediador en el seno de los antagonismos de clase; esto es, tomando en cuenta la medida en que este conocimiento es funcional al sometimiento y explotación de determinadas clases sociales (y por tanto funcional al poder y dominación que una clase ejerce sobre otras), o bien la medida en que el conocimiento contribuye a la conciencia emancipadora de las clases explotadas como elemento de su liberación (parafraseando a Paulo Freyre: el conocimiento como práctica de la libertad). Esto último correspondería, en el mejor sentido, a lo que puede llamarse propiamente alfabetismo científico.
Antes de los postres tal vez sea mejor invocar al otro Marx, a Groucho, para suavizar la digresión, digo la digestión: “No puedo aceptar una invitación a comer donde invitan a personas como yo”. Y la próxima vez por favor incluye en el menú ciencia en varias presentaciones, es decir ciencia a la carta, tal vez así los comensales nos nutramos con un poquito de cencia, digo ciencia. ¿Con qué aderezo se acompañará mejor?
Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
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