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Cien años de la UNAM

Actualizado: 19 abr 2022

Manuel Martínez Morales

Porque la educación y la justicia social, si vigentes, no dan como resultado brutalidad y hambre. Gabriel Impaglione

Creo que todo mexicano debe congratularse por el primer siglo de existencia de una de las instituciones más nobles que poseemos: la Universidad Nacional Autónoma de México. Recordemos que en 1551 es fundada la Real y Pontificia Universidad de México, por una cédula de Felipe II expedida cuatro años antes. De 1578 a 1810 se fundan las cátedras y estudios de medicina, matemáticas y arquitectura, y se crean la Biblioteca de la Real y Pontificia Universidad de México y el Real Seminario de Minería.

Después, la Universidad atraviesa por una vida accidentada: en 1833, Valentín Gómez Farías suprime mediante decreto la Pontificia Universidad de México; decreto que en 1834 es revocado por Santa Anna, quien la reabre. En 1857, Ignacio Comonfort suprime de nuevo la Universidad. En 1858, Félix Zuloaga la reabre. En 1865, Maximiliano la cierra nuevamente.

Entre 1867 y 1908, aún bajo el decreto de Maximiliano, se fundan diversas instituciones: el Observatorio Nacional, la Biblioteca Nacional, la Escuela Nacional de Jurisprudencia y la Escuela Nacional Preparatoria, la Escuela Nacional de Ingenieros, el Instituto Geológico Nacional, el Instituto Médico Nacional y la Escuela Nacional de Altos Estudios.

En 1910, Porfirio Díaz, con el impulso de Justo Sierra, promulga la ley que reabre a la Universidad y la constituye como nacional. Con esa ley, las escuelas de Bellas Artes, Nacional Preparatoria, de Ingenieros, de Medicina y de Jurisprudencia forman parte de la Universidad. También se crea la Facultad de Altos Estudios, con la Sección de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

José Vasconcelos asumió la rectoría en 1920, en tiempos en los cuales las esperanzas de la revolución en México estaban aún latentes. Según Vasconcelos, en el lema “Por mi raza hablará el espíritu”, se significaba la convicción de que la raza nuestra elaborara una cultura de tendencias nuevas, de esencia espiritual y libérrima, y que despertábamos de una larga noche de opresión. Fue en 1929 cuando la Universidad Nacional alcanza la autonomía y adopta su nombre actual: Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

En ocasión de la celebración de sus primeros cien años de existencia, su actual rector, José Narro Robles -con firmeza y fiel al ideal de Vasconcelos- ha refrendado, frente al poder, la esencia de la autonomía universitaria y la importancia del papel de esa magna institución.

Hace unos días, ante el Congreso, entre otras cosas, Narro dijo lo siguiente: “Es hora de reconocer que muchos de nuestros problemas, de los históricos y los derivados del propio proceso de modernización, no tienen solución si seguimos por el mismo camino, si no se efectúan reformas de fondo, si no se ponen en práctica políticas alternativas, si no se imagina y traza un nuevo proyecto nacional…

La agenda de México en el siglo XXI debe partir de ese reconocimiento. El nuevo curso de desarrollo tiene que poner en el centro de su eje la lucha contra la desigualdad, la pobreza, la exclusión, la ignorancia y la enfermedad. Debemos reconocer que ningún proyecto vale la pena si no sirve para mejorar las condiciones de vida de la población…

Requerimos enfoques que miren al país en el largo plazo. Debemos retomar la confianza en nosotros mismos, cambiar para anticipar los nuevos desafíos. Difícilmente podremos avanzar en este sentido si no damos la debida prioridad a la educación, a la ciencia y al desarrollo tecnológico. La actual sociedad del conocimiento está transformando a las sociedades industriales en sociedades basadas en el conocimiento y la innovación, lo que implica invertir sustancialmente en estos ámbitos.

En este sentido, el progreso implica enormes desafíos para naciones como la nuestra. ¿Cómo pertenecer a la sociedad y a la economía del conocimiento en nuestras condiciones? Más allá de la retórica, si no se transforma radicalmente nuestra realidad, quedaremos retenidos en el viejo siglo.”

Considero que estas palabras del rector de la UNAM tenemos que hacerlas nuestras en las distintas universidades públicas del país, pues en ellas se expresa el compromiso que todo universitario debe asumir ante la nación, comenzando por no cerrar los ojos ante la terrible realidad en que nos debatimos, y fomentar y hacer uso del pensamiento crítico –función esencial de la universidad- para así contribuir a la construcción de un mejor futuro para nuestro país.

Hay que reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.

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