Manuel Martínez Morales
Las estrellas son las velas que están ardiendo en el cielo. No debe jamás el hombre verdadero señalar a su Madre, la luna, con el dedo, pues se agota su sementera; tampoco indicará al sol, nuestro Padre; su mano se pudriría sin remedio. Carlo Antonio Castro, en Los Hombres Verdaderos
Me invade la tristeza por la muerte de un amigo, hombre de letras, pensador, científico, antropólogo lingüista, maestro auténtico, hombre verdadero. Hombre de palabras y de palabra, de voz profunda; Carlo Antonio Castro, querido maestro e investigador universitario, siempre comprometido con la verdad, ha emprendido el inevitable viaje al Mictlán. Dedicó su vida al estudio de múltiples lenguas –las indígenas, sobre todo- y sus equivalencias, traductor infatigable.
Siempre presente en el Maestro Castro la preocupación por el hombre en su dimensión universal, sin olvidar que esa universalidad sólo se manifiesta por las comunes raíces terrenales que anclan a todos los hombres por igual al dominio de lo material concreto: las incontables culturas, matrices de la gran diversidad humana. Carlo Antonio se sumergió en las culturas indígenas americanas, de origen ancestral, y también se embebió de las culturas tradicionales europeas por medio del estudio del lenguaje, la literatura y la historia, sobre todo.
Con él –ha dicho Román Güemes- hemos aprendido que las lenguas son un insoslayable instrumento para un eficaz conocimiento del hombre y su entorno cultural; de ahí su llamada de atención al etnólogo mexicano en el sentido de una mejor preparación lingüística que le permita recoger la información en la lengua de los informantes y, posteriormente, hacer la traducción al castellano, para obtener mediante este proceso toda la riqueza y veracidad de los datos. Actitud que el mismo Maestro practicó siempre; en particular recuerdo que hace algunos lustros, Carlo Antonio Castro, a través de constantes entrevistas con uno de los últimos hablantes del misanteco, pudo rescatar esta lengua editando el diccionario misanteco-español.
Sería prácticamente imposible, en este breve espacio, intentar siquiera un esbozo de síntesis de la obra de Carlo Antonio Castro. Quisiera aquí referirme a la que es, quizás, una de sus obras más representativas: “Los hombres verdaderos”. De esta obra, Roberto Williams afirmó que “es, hasta la fecha, la única novela que capta la intimidad de un grupo indígena…Carlo Antonio Castro transpuso el muro de la incomprensión gracias al aprendizaje previo de la lengua tzeltal y se convirtió en el transcriptor de las emociones y vivencias de un indígena de un paraje del pueblo Oxchuc, en los Altos de Chiapas. Su inmersión en el idioma le permitió sacar a flote un documento donde habla el indígena, donde se expresa cabalmente su mundo, su paraje, y las relaciones con el exterior… `Los hombres verdaderos’ tiene valor literario (como novela de recreación antropológica) y valor etnológico (como historia de vida)…”
Efectivamente, para realizar su obra antropológica, Castro siempre se sumergió en la vida de las comunidades cuya lengua pretendía estudiar. Para mí, son inolvidables las conversaciones en las cuales describía, con entusiasmo y generosidad, sus experiencias y vivencias en las comunidades indígenas. Por ejemplo, su experiencia como antropólogo lingüista adscrito al Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil, con sede en San Cristóbal de las Casas, donde llegó a conocer profunda y prácticamente el idioma tzeltal, hasta el grado que tradujo el himno nacional a esa lengua. Era una dicha escucharlo interpretar el himno en esa lengua indígena. Carlo Antonio también se distinguió como traductor de muchas otras lenguas.
Su trabajo como antropólogo y lingüista de ninguna manera es ajeno a su profunda voz poética. En uno de nuestros últimos encuentros, el maestro Carlo Antonio puso en mis manos un ejemplar de La escarcha del vetusto marinero, traducción del propio Castro del poema The Rime of the Ancient Mariner, de Samuel Taylor Coleridge. Pero no fue la simple entrega del libro lo que nos alegró y sorprendió, sino la expresiva y vehemente forma en que el maestro hablaba sobre aquello de que trata el poema.
Hace algunos años me obsequió su libro “Recuerdo de Calixta Guiteras Holmes (1905-1988)”, publicado por Ediciones Cultura de Veracruz, en el cual, el maestro Castro, a partir de su afecto y admiración intelectual por la antropóloga, sitúa su recuerdo en una de las épocas más brillantes de la antropología mexicana contemporánea.
En lo personal, el maestro nos distinguió con su afectuosa amistad que se reflejaba, entre otras cosas, en la amable -aunque siempre estricta- crítica que dispensaba a los textos que escribimos. Lector constante de esta columna, no hace mucho me llamó para hacerme algunas sugerencias, lo que agradezco infinitamente.
Maestro Carlo, lo extrañaremos, pero ya nos encontraremos en el Mictlán.
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