Manuel Martínez Morales
Uno puede observar muchas cosas con sólo mirar. El béisbol es un noventa por ciento mental. La otra mitad es física. Yogi Berra, famoso jugador de béisbol.
En el transcurso de un baile, al preguntar a alguien por qué no baila, es común que la respuesta sea “aquí nomás, bailando los ojos”. Un buen número de quienes asisten a un baile –ya sea por timidez o por falta de habilidad- se limitan a observar a las parejas que disfrutan del arte de Terpsícore. Quien esto escribe generalmente se inscribe en este sub conjunto de mirones. Recuerdo que, en mis años mozos, con un grupo de amigos solíamos frecuentar antros en la Ciudad de México en los que se practicaba el baile del más alto nivel: del danzón a la cumbia, pasando por todos los puntos intermedios. Algunos de nosotros nos conformábamos con observar y, la verdad, disfrutábamos bastante pues siempre había parejas de excelsos bailarines que llamaban la atención por su destreza y la elegancia de sus pasos.
No se si todavía existe el Salón Imperio, por el rumbo del mercado La Lagunilla, donde se bailaba al ritmo de la Sonora Femenil (integrada sólo por mujeres, como su nombre indica), o un antro semi-clandestino identificado solamente por la dirección en que se ubicaba: “Palma 5” –donde tocaban orquestas de primera- y que comenzaba a funcionar a partir de las dos de la madrugada. Lugares donde se bailaba casi hasta el amanecer y en los cuáles no se expendían bebidas alcohólicas, pues el objetivo era simplemente ir bailar, aunque fueran solamente los ojos.
Ahora me entero que, “bailar los ojos” resulta, en efecto, tan efectivo –y tal vez tan saludable- como bailar físicamente. En el número de marzo de la revista científica The Scientist, dedicada a las ciencias de la vida, apareció un artículo en el que se dan a conocer algunos resultados experimentales obtenidos por la investigadora Corine Jolla, de la Universidad de Surrey en Inglaterra, los cuáles demuestran que cuando observamos un baile, en nuestro cerebro se activan centros que envían señales a nuestros músculos como si en verdad estuviéramos bailando. Es decir, ejecutamos una especie de mímica mental del baile.
El experimento consistió en colocar electrodos en el cráneo de individuos en un grupo de espectadores, para detectar que partes del cerebro se activaban cuando miraban un baile, y se observó que el cerebro enviaba señales a músculos de brazos y piernas similares a las que el cerebro de alguien que realmente estuviera bailando enviaría. Aunque no se trataba, por así decirlo, de una copia perfecta; por ejemplo, si el bailarín movía ambos brazos y giraba el cuello, el cerebro del mirón enviaba señales solamente a un brazo y así por el estilo.
Se descubrió que en aquellos espectadores que realmente sabían bailar, o habían bailado alguna vez lo que ahora observaban, la mímica mental se aproximaba más a la realidad; lo mismo se observó en aquellos que tenían un gusto especial por el baile que estaban mirando.
Una hipótesis que sugiere este estudio es que quienes con frecuencia “bailan los ojos” –y, por tanto, ejecutan el baile mentalmente- podrán aprender más rápidamente, y con mayor facilidad, a bailar. Pero la investigadora responsable del estudio es cuidadosa en sus conclusiones y no se adelanta a aventurar la verosimilitud de esta hipótesis, pues afirma que su estudio no incluía el aprendizaje. Dice que este aspecto lo abordará en investigaciones futuras. (So you think about dance? www.the scientist.com/2012/03/30/so-you-think-about-dance)
El estudio sugiere muchas otras posibilidades: la observación frecuente de partidos de fútbol en quienes gustarían de practicar este deporte puede facilitar su práctica, o el escuchar música de cierta clase puede despertar la empatía en el oyente hacia este tipo de música o facilitarle el aprender a tocar un instrumento, etcétera. También se dice que el imaginarnos ejecutando alguna actividad (visualización), como el baile, ayuda a vencer la timidez –o alguna otra barrera psicológica- y puede crear en nosotros mayor confianza la próxima vez que estemos en posibilidad de ejecutarla en realidad.
Por mi parte puedo afirmar que ahora me explico por qué siempre me han gustado los bailes –no sólo aquellos en el Salón Imperio o en Palma 5-; me gustaría creer que al mimetizar mentalmente el baile observado debe haber en el cerebro descargas de adrenalina y/o dopamina que causan una sensación de bienestar físico como si en efecto se hubiera bailado.
Parafraseando a Yogi Berra: es posible que el baile sea 90 por ciento mental y la otra mitad física. ¿Saben si todavía se organizan bailes en el Salón Bazar de Xalapa?
Reflexionar para comprender lo que se ve y lo que no se ve.
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